Día 4: Diksmuide – Cortrique

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«Y cuidado con el toro de Veurne, eh.» La anfitriona, Mónica del Esenkasteelhoeve, no puede reprimir una carcajada cuando su comentario provoca miradas de desconcierto. ¿Un toro? ¿Y tenemos que pasar delante por el camino? Afortunadamente, no es para tanto. El toro de Veurne, Veurnse Stier, es el apodo del viento en el Westhoek. Si brama y ruge, tienes mala suerte. Y sí, tienes que pedalear frente a él. Pero, la verdad, en este viaje no tendremos mala suerte.

El toro se mantiene tranquilo y, casi sin viento, ponemos rumbo a Heuvelland. Una región que no se anuncia a bombo y platillo. Muy silenciosamente, las cuestas empiezan a aparecer en el paisaje. El llano es cada vez más falso y esto te hace preguntarte si estás alucinando, porque pedalear recto parece mucho más duro que los días anteriores. Hasta el momento en el que el alivio es innegable y las colinas se suceden suavemente.

La historia de la guerra permanece visible hasta Ypres y mucho más allá. Pasamos por la Puerta de Menin, observando con pesar que el lugar queda justo fuera de nuestra ruta en cuanto a tiempo. Si hubiéramos acabado aquí anoche, podríamos haber visto The Last Post a las ocho de la tarde. Un homenaje diario a todos los caídos. Siempre impresiona, tanto si lo experimentas por primera vez como si ya lo has visto antes.

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Pero hoy no. Debemos seguir adelante y cambiar la historia de la guerra por la historia del ciclismo. Una última vuelta por Heuvelland alrededor del monte Kemmel que, gracias a Dios, no tenemos que escalar con nuestro equipaje. En Wervik, cruzamos la frontera para ver un poco de Francia. También pasamos a lo largo del río Lys, para volver a Flandes por Menen. Pasamos rozando Wevelgem, Roubaix no está lejos. Este es el paisaje que veo en la televisión cada primavera, el lugar donde el helicóptero que sobrevuela el pelotón profesional muestra las imágenes más bellas.

Sin embargo, después de más de ciento treinta kilómetros, las piernas ya no pueden más. Hemos llegado al destino final, Cortrique. Pedimos un Flandrien de Super8 en la Plaza Mayor y, por la tarde, paseamos por el Beguinaje antes de que podamos dar a nuestras piernas su merecido descanso. Un reposo que es más que necesario. Porque mañana nos esperan muchos más clásicos.